1. Empezá donde estás. No hace falta estar en paz.

La idea de que necesitás estar en calma para meditar es falsa. Meditá en medio del caos. Meditá con pensamientos. Meditá con ansiedad. Meditá igual. La práctica no es el resultado: es el acto de quedarte con vos, sin huir.

  1. No intentes dejar la mente en blanco

La mente piensa. Es lo que hace. No la apagues: observála. No reacciones. No la sigas. Solo mirá lo que pasa adentro como si vieras nubes pasar por el cielo. Algunas serán tormenta, otras brisa. Todas se van.

  1. Empezá con 3 minutos

No necesitás media hora en posición de loto. Empezá con 3 minutos. Sentate, cerrá los ojos, respirá lento. Eso ya es meditación. Cuando puedas, subí a 5, 7, 10 minutos. Pero no te castigues si un día solo podés uno. Un minuto consciente vale más que una hora distraída.

  1. Usá anclas: la respiración, un mantra, una imagen

Si te perdés mucho, usá un ancla. Contá la respiración, repetí una palabra que te conecte (“paz”, “presente”, “confío”) o visualizá una luz en el pecho. Volvé ahí cada vez que te vayas. Vas a irte mil veces. Volvé mil una.

  1. La incomodidad también es parte

A veces va a doler, molestar, frustrar. Es parte del proceso. Sentarse a meditar no es escapar del mundo: es verlo desde adentro. Quedate un poco más, incluso cuando tu mente diga que no sirve. Ahí es donde empieza la transformación.

  1. No es para hacerlo “bien”. Es para hacerlo real.

No medites para ser perfecto. Meditá para ser presente. Para escuchar tu cuerpo. Para hacer espacio adentro. Para no reaccionar desde el impulso. Para empezar a elegir tu energía antes de actuar.

Deja un comentario