Lilith en las culturas antiguas

Lilith aparece en los márgenes de la historia, pero con una fuerza que atraviesa los siglos. En la tradición mesopotámica era un espíritu del viento y la noche, libre y salvaje. En los textos hebreos, fue la primera mujer de Adán, creada del mismo barro. Cuando se negó a someterse, fue exiliada y demonizada. No por maldad, sino por desobediencia.

En otras culturas es bruja, diosa, madre de lo marginal o guardiana del saber oculto. Siempre representa lo que no puede ser domesticado: el instinto, el deseo, la libertad.

Lilith es lo que no se nombra, pero nunca deja de actuar.

Lilith en el psicoanálisis: pulsión, sombra y verdad oculta

Lilith encarna la pulsión: ese impulso vital que no siempre se alinea con lo que el mundo espera de nosotros. Representa lo reprimido, lo negado, lo que incomoda. Es deseo, rabia, intuición, libertad. Es eso que escondemos por miedo a ser rechazados, pero que arde dentro esperando ser reconocido.

Desde el psicoanálisis, Lilith es la sombra: aquello que no queremos ver en nosotros mismos. Pero al negarla, nos somete. Solo integrándola nos libera.

Lilith no es el monstruo. Es la parte verdadera que silenciamos para encajar.

Lilith como fuerza vital

Lilith es una energía primaria, universal y brutalmente honesta. Vive en todo ser humano que ha tenido que esconder su deseo, su rabia, su poder, para ser aceptado. No tiene género. No es solo femenina: es humana.

En el caso de la mujer, Lilith también se manifiesta con una potencia biológica feroz: es la energía que permite sostener un embarazo, y la que expande el aura para compartirla con su hijo hasta los 14 años. Es la fuerza invisible que cuida sin desaparecer, que da sin perderse.

Lilith no pide permiso. No busca aprobación. Busca verdad.

Es la sombra que te somete cuando la negás.
Es la fuerza que te libera cuando la abrazás.

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